postal desde Nápoles

Me habría encantado escribirla mirando al Vesubio, pero estaba ocupada comiendo pizza

Queridas suscriptoras,

Hoy la cocinita virtual está apagada. Fregada, recogida y con la basura sacada. No sé si a todas os pasará lo mismo. Pero creo que lo de estar cocinando y haciendo la comida todos los días de mi vida hace que irme de vacaciones se sienta todavía más rotundo. Una semana sin tocar una sartén. Una semana dejando que me cocinen —¡muy bien!— desayuno, comida y cena. Esta liberación hace que me entregue al placer y al hedonismo con los brazos abiertos. Luego está la esta condición que tengo que no me permite ver algo que me parece que tiene buena pinta y no probarlo. Con los restaurantes puedo controlarme. No me queda otra, quiero decir. Solo hay dos oportunidades en el día para gastar esa baza. ¿Pero el resto? Soy incapaz de pasar por delante de una pastelería, chocolatería, tienda de alimentación, puesto ambulante, que luzca delicioso y no entrar a comprar algo.

Qué hay que probar en Nápoles

Y Nápoles… Nápoles es una condena. Pocas ciudades de Italia ofrecen tantas opciones de comida para llevar. Pizza frita, cuoppo, bocadillos rellenos de chacinas y quesos, helados, dulces, tripperias, limonada, caldos de pulpo… Pasear por sus calles es, además de una constante lucha por no morir atropellada, una estimulación constante que no deja de gritarte “¡cómeme!”, y otro poco más adelante, “pruébame”. Os cuento lo que yo intento hacer cuando viajo para no volverme loca e irme habiendo probado cosas distintas. Con un poco de antelación hago una escueta investigación sobre el sitio al que voy a ir. Dónde se encuentra, cómo es su cocina tradicional, cómo ha evolucionado con el tiempo, cuáles son sus productos más identitarios, qué platos representan mejor a la zona… y me preparo un listado con aquellas cosas que quiero probar sí o sí. La que hice antes de llegar a Nápoles lucía más o menos así: